jueves, 3 de abril de 2014

FEDERALISMO GLOBAL

El federalismo global es una forma de dar respuesta al trilema de la globalización. Para Dani Rodrik, el federalismo global persigue mantener los aspectos positivos de la globalización, por ejemplo: beneficios económicos, la competitividad… con la promoción de unas políticas sociales a nivel mundial (ya que si se las dejamos al Estado tendría dificultades para para imponer tales políticas sociales) que corrijan los fallos de mercado de dimensión mundial y favorezcan una mejor distribución de la riqueza y un desarrollo más sostenible. Para que ello sucediera, se precisaría de la creación de normas internacionales que fueran más allá de meras recomendaciones y que vincularan jurídicamente a los Estados, de tal manera que la infracción o incumplimiento de estos instrumentos jurídicos, diese como resultado una sanción al Estado infractor. En este escenario, lo que cabría modificar es la soberanía de los Estados, quienes cederían la misma a organizaciones internacionales con capacidad para imponer las normativas. Dicha cesión, en cambio, puede plantear un problema de legitimación democrática; en efecto, el ciudadano suele percibir poco democráticas aquellas decisiones que se realizan en organizaciones regionales o internacionales, a esto hay que añadir el efecto distancia; las personas, por lo general, prefieren que los problemas se soluciones por autoridades públicas próximas.

Para algunos autores la posición del federalismo global sería la cadencia lógica en un mundo globalizado. Sin embargo, hoy en día, asistimos al resurgir el papel de la soberanía en algunas regiones del planeta. Es cierto que la interdependencia global continua, sin embargo, en algunos aspectos, tales dependencias parecen haberse dilatado. Por poner un ejemplo, hoy en día, diferentes Estados de América Latina han denunciado el Convenio de Washington de 1965 o Convenio CIADI, porque consideran que este instrumento perjudicaba a sus intereses nacionales. En concreto, parece volver a resurgir el papel capital de la jurisdicción nacional como medio para resolver las diferencias entre inversores y los Estados.
 
En el fondo, la noción de soberanía implica la posibilidad de influir en un actor[1].  La soberanía tiene dos dimensiones: la interna, que permite al soberano influir sobre sus súbditos o ciudadanos; la externa, que implica la independencia del soberano frente a otros que también lo son. En nuestro tiempo, los Estados son los sujetos soberanos, ya sea por concesión de sus ciudadanos, ya sea por otras justificaciones. Sin embargo, la penetración de las esferas de poder económico en la esfera de poder estatal, ha provocado que hoy en día, el concepto de soberanía nacional, esté “secuestrado” prácticamente por los grupos económicos. Podríamos entender, entonces, nacional, como aquellos intereses económicos que influyen en la esfera estatal para obtener aquello, que por sí mismos, no obtendrían, puesto que, de momento, los operadores económicos no tienen una estructura tan potente como la de un estado que les sirva para la consecución de sus intereses. 
De acuerdo con lo dicho hasta el momento, los Estados más poderosos en el campo internacional, defenderían mejor los intereses de sus actores económicos ante otros Estados menos poderosos. 
La plasmación en una norma internacional de los criterios que benefician a los grupos económicos, podrían afectar a otras esferas, como la social o la medioambiental que tienen hoy en día un cariz estatal. Por otra parte, el capital transnacional ha encontrado en  organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional,  el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, a unos aliados que han permitido la implementación a nivel global de políticas favorables, así como verdaderos mecanismos garantistas.

Ante esta situación, la recuperación del concepto de soberanía nacional, parece haber triunfado en algunos países de América Latina. También es importante recalcar el papel que el nacional-conservadurismo que empieza a extenderse por Europa y cuyo ejemplo más palpable lo encontramos en Hungría, donde el gobierno dirigido por Viktor Orbán, consiguió revivir el sentimiento nacionalista húngaro para que tanto en 2008 como en 2012 se negara a recibir un préstamo del FMI.
Aun con todo, y a pesar de que siempre que exista un Estado, existirá el concepto de soberanía, parece que la vuelta al concepto de soberanía nacional, no puede obviar la globalización. Por ello, cabe cuestionarse si estos países podrán ejercer su soberanía, como se entendía antes de la actual globalización económica.




[1] Para Carl Schmitt (1922): soberano es quien decide sobre la situación excepcional, es decir de crisis que ponen en peligro el Estado, el orden público o la seguridad del Estado. Sin embargo, Carl Schmitt también entiende que es soberano quien decide sobre las lagunas constitucionales. En línea con Bodino la soberanía permite dictar normas o someter a su jurisdicción a una persona sin el yugo de un ser superior.

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